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LA OTRA CARA DE LA AUTOCRÍTICA: LA AUTOCOMPASIÓN

Últimamente me he encontrado con una oleada de casos que comparten ciertas semejanzas. Cada vez es más común que la gente acuda a terapia con un discurso plagado de sentimientos de insatisfacción, frustración, tristeza y decepción consigo mismos. No es inusual que hora tras hora se repitan estas frases de boca de distintos pacientes: “Me he vuelto a equivocar, no tiene perdón” “ ¿Cómo he podido ser tan tonto/a?” “Tengo que hacerlo mejor” “No valgo para nada” “Soy un desastre”…

Creo sinceramente que vivimos en un mundo que nos invita de forma frenética a luchar por exigirnos cada día un poco más sin que exista nunca un límite. Y eso está causando estragos en la salud mental y física de todos nosotros.

TODOS QUEREMOS SENTIRNOS ESPECIALES, PERFECTOS… LOS MEJORES EN ALGO.

Ese deseo es comprensible. El problema es que por definición resulta imposible que todo el mundo se encuentre por encima de la media al mismo tiempo. El hecho de saber que en uno u otro campo hay personas que destacan más y son mejores que nosotros nos resulta una realidad devastadora cuando vivimos en un mundo que nos ha enseñado desde pequeños que debemos luchar por ser los mejores.

Esta lucha continua por la perfección tiene un alto precio: nos impide desarrollar todo nuestro potencial en la vida, haciéndonos vivir constantemente bajo el yugo de la autocrítica salvaje y la exigencia desmedida.

Kristin Neff, autora del libro “sé amable contigo mismo: el arte de la compasión hacia uno mismo” ha dedicado una década a estudiar el campo de la autocompasión y ha descubierto como esta nueva perspectiva podría representar un camino mejor y más eficaz hacia la felicidad. Parece que las personas que se muestran compasivas con sus fracasos y sus imperfecciones disfrutan de un mayor bienestar que aquellas que se juzgan a si mismas continuamente.

Exploremos un poco que hay detrás de esta idea.

La autora plantea que la autocrítica despiadada suele ser una tapadera de otra cosa: del deseo de control.

Ella basa una de sus premisas en la idea de que los padres de las personas autocríticas suelen ser muy controladores, por lo que estas personas desde edades muy tempranas reciben el mensaje de que el autocontrol es posible. Cuando los padres culpan a sus hijos de cometer errores, los niños aprenden que son los responsables de todos sus fracasos.

Entonces deducen que el fracaso es una opción que nunca hay que elegir. Que quedarse lejos de la perfección es algo que se puede y se debe evitar. La idea que aparece en la cabeza de las personas es: “Si lo intento, debería ser capaz de conseguirlo siempre, ¿no?”. La defensa mas segura pasa por no tener motivos para ser atacado.

Esta creencia que se instaura a edades muy tempranas es la semilla de la autocrítica y el perfeccionismo que luego va creciendo a lo largo de los años de vida.

Irónicamente, nuestro deseo de control y de ser superiores se alimenta de la autocrítica: cuando nos juzgamos y nos atacamos por no haber tenido todo el control, la parte exigente se recrea y esa ira nos aporta sensación de fuerza y poder, permitiéndonos sentirnos superiores a los que juzgamos, que en este caso somos nosotros mismos.

Por lo que, al final, se convierte en un circulo vicioso que se perpetua, del que es casi imposible escapar. Cuando nos enfadamos con nosotros mismos por nuestros fallos tenemos la oportunidad de sentirnos superiores a esos aspectos nuestros que juzgamos.

¿Porqué la autocompasión es la solución? Permite tener una protección contra la autocrítica destructiva pero sin la necesidad de sentirnos superiores a los otros o tener que buscar el ser perfectos.

La autocompasión implica reconocer y ver claramente el propio sufrimiento. También significa sentir bondad hacia nosotros mismos cuando sufrimos, surgiendo así el deseo de ayudar y aliviar ese sufrimiento. Por ultimo, significa reconocer que el ser humano es imperfecto y frágil, y por lo tanto nosotros lo somos.

La compasión hacia uno mismo abarca tres elementos fundamentales:

En primer lugar, requiere bondad hacia uno mismo, ser amable y comprensivo con uno mismo en lugar de crítico. En segundo lugar, es necesario que reconozcamos nuestra humanidad en común, sentirnos conectados con los demás en la experiencia de vivir y no aislados y alienados por el sufrimiento. En tercer lugar, requiere atención plena o mindfulness, vivir nuestra experiencia conscientemente y no ignorar el dolor ni tampoco exagerarlo.

Cuando cometemos un error o fracasamos en algo tendemos a maltratarnos en vez de consolarnos y mostrarnos apoyo y comprensión como lo haríamos con un amigo. En algún momento nos han hecho creer que las personas fuertes se comportan de forma estoica y callan su propio sufrimiento. Sin embargo, son precisamente esas actitudes las que nos despojan de uno de nuestros mecanismos de defensa mas poderosos para hacer frente a la vida: el autocuidado.

En lugar de maltratarnos salvajemente cuando cometemos un error, por grave que sea, tenemos otra opción. Podemos reconocer que todo el mundo se equivoca a veces y tratarnos con amabilidad. Los errores forman una parte muy respetable de la experiencia humana.

Como decía Carl Rogers: “la curiosa paradoja es que cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar.”

Diana Tomaino de la Cruz.

Referencias:

Neff, K. (2011). Sé amable contigo mismo: el arte de la compasión hacia uno mismo. Paidós Divulgación. Barcelona.


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