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¿CÓMO SUFREN LOS NIÑOS? EL TRABAJO DE UN PSICÓLOGO INFANTO-JUVENIL.

Vivimos en un mundo cada día más exigente para la población joven. Niños y adolescentes se han quedado sin tiempo para ser niños y deben crecer demasiado rápido incluso a costa de su propia felicidad e infancia.

- El suicidio es la tercera causa de muerte entre los adolescentes y jóvenes, mayores de 10 años y menores de 30 años.

- El 9,34% de las muertes en este grupo de edad se deben al suicidio y a las lesiones autoinfligidas.

- Los trastornos mentales afectan en España a un millón de niños y adolescentes y un 1,6 millones está en una situación de riesgo.

¿Acaso estas alarmantes cifras no hacen que te lleves las manos a la cabeza? ¿No es acaso la muerte algo lo suficientemente grave como para que al menos te tomes unos minutos para reflexionar?

De ser así, permíteme contarte algo todavía mucho más importante que las cifras: La vida detrás de cada número.

Detrás de cada una de estas cifras está la vida de un niño pendiendo de un hilo: - - Ese adolescente que vuelve del colegio y que decide que no puede aguantar un día más el acoso que sufre por parte de sus compañeros.

- Esa chica para la que sólo existe un enemigo y se llama “espejo”.

- Ese niño para el que los monstruos no se esconden debajo de la cama, sino al fondo del pasillo en el cuarto de sus padres.

Detrás de cada cifra existe una historia, un caso particular, una voz que quiere ser escuchada, una persona que necesita de nuestro tiempo y ayuda.

La psicología evolutiva, a lo largo de décadas de estudios, ha demostrado que la infancia y la adolescencia son un periodo critico para el desarrollo de una persona.

Es el momento de mayor vulnerabilidad y dependencia que existe en la vida de un ser humano, ya que no sólo dependemos de otros para nuestro cuidado y supervivencia física, sino que también necesitamos de su comprensión, amparo, cariño, y amor incondicional para poder desarrollarnos a nivel psicológico y emocional.

John Bowlby, en su teoría del apego, describió la dinámica a largo plazo de las relaciones entre los seres humanos. Su principio más importante declara que un recién nacido necesita desarrollar una relación con al menos un cuidador principal para que su desarrollo social y emocional se produzca con normalidad. Esto refleja claramente la gran vulnerabilidad en la que se encuentran los niños en las primeras etapas de su desarrollo.

Asimismo, el psicoanalista René Spitz en 1945 describió la “Depresión anaclítica” o “Síndrome de hospitalismo”, término acuñado para designar un síndrome depresivo sobrevenido en el curso del primer año de vida del niño, consecutivo al alejamiento brutal y más o menos prolongado de la madre tras haber tenido el niño una relación normal con ella. Estos niños acababan incluso muriendo por la ausencia del contacto afectivo y social prologando con una figura de referencia.

Los niños no saben como expresar que es lo que les pasa. Cuando un niño se siente mal, está triste, tiene ansiedad o se encuentra deprimido no tiene todavía la capacidad que tenemos los adultos para expresar lo que sienten.

Necesitan que alguien les ayude a comprender que les está sucediendo y poder adquirir los recursos y estrategias necesarias para avanzar y poder desarrollarse.

El trabajo de un psicólogo clínico infanto-juvenil se vuelve no sólo un trabajo de guía y apoyo para que el otro encuentre la forma de continuar viviendo su vida de la forma adecuada, sino que primero es necesario llevar a cabo un trabajo de investigación y traducción.

Con los niños, es necesario invertir una gran cantidad de tiempo en ayudarles a conocerse y a descubrir que es lo que sienten, como lo sienten y porque lo están sintiendo, incluso en mayor profundidad que un adulto.

Cuando un adulto se enfada, puede explicar que es lo que le ha hecho enfadar. Sin embargo, un niño se enfada y llora pero todavía sus capacidades cognitivas difícilmente le permitirán expresar el origen o naturaleza de su enfado de una manera profunda y lógica. No tienes el vocabulario ni los conceptos abstractos todavía desarrollados y eso es esencial tenerlo en cuenta a la hora de intervenir.

Nosotros, como psicólogos infanto-juveniles, debemos ser tan cuidadosos, delicados y pacientes como un paleontólogo que poco a poco va desentrañando el origen de lo desconocido aún cuando no existen pistas a plena vista.

El estudio de la psicología nos permite tener herramientas, conocimientos y recursos para trabajar con las personas, pero a la hora de trabajar con niños hay ciertas capacidades que son esenciales desarrollar de una forma especial:

La paciencia, la capacidad de escucha, la comprensión del lenguaje no verbal, el sentido del humor, la inocencia, espontaneidad, la adaptación del lenguaje, la capacidad para adaptarse a sus ritmos, y las ganas de jugar.

Durante décadas se consideraron a los niños como “adultos de menor tamaño” y se planteaba que las intervenciones psicoterapéuticas podían ser iguales para adultos que para niños, pero ya desde hace años se ha demostrado que eso no es cierto. Para poder llevar a cabo una buena intervención con niños y adolescentes es esencial que estemos especialmente formados en las características evolutivas particulares de esta población y que se utilicen técnicas y estrategias de intervención específicas creadas para ellos.

El trabajo con niños es un baile donde no sabría decir quien aprende más, si ellos de nosotros, o nosotros de ellos al poder nutrirnos de nuevo de su inocencia, amor incondicional, naturalidad, espontaneidad y bondad.

Diana Tomaino de la Cruz.

Referencias:

  • Pérez Camarero S (2009). El suicidio adolescente y juvenil en España. Revista de estudios de juventud, 84, 126-142.

  • Spitz, R. A. (1965). El Primer Año de Vida. Un Estudio Psicoanalítico de Desarrollo Normal y Anormal de Relaciones de Objeto. Nueva York: Prensa de Universidades Internacional, Inc.

  • Bowlby, J. (1973). La separación afectiva. Ed. Paidós, Barcelona, 1993.


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