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HIPEREXIGENCIA Y ANSIEDAD EN LA SOCIEDAD ACTUAL. ¿Qué le estamos transmitiendo a los más pequeños?

La sociedad en la que vivimos presenta unas características muy particulares: un ritmo excesivamente acelerado, exigencias cada vez más altas y demandas inabarcables. Este es el mundo en el que han nacido y se están formando los niños y jóvenes de hoy en día.

Puede verlo cada vez que sale a la calle por la mañana y ve como familias enteras corren para llegar a tiempo al colegio.

Cada vez que a las 17:00 los niños salen rápidamente del colegio y, con la merienda a medio terminar, están ya cambiándose para empezar sus actividades extraescolares.

Puede notarlo cuando después, sin perder un segundo de tiempo, vuelven a casa para comenzar sus clases particulares de idiomas y, luego, ponerse a hacer la tarea del día siguiente antes de ducharse, cenar e irse a la cama para descansar para el nuevo día que les esperará a la mañana siguiente.

Vivimos una vida NON STOP, en la que no hay paradas a lo largo del camino frenético de nuestros días, y tampoco del de ellos.

Si bien es cierto que hoy en día los niños tienen acceso a un ilimitado número de oportunidades y recursos que eran impensables unas décadas atrás, muchas veces olvidamos pensar en la posible contrapartida de todo esto. ¿Hay algún efecto negativo? ¿Lo están sufriendo ya los más pequeños? ¿Qué efectos tiene esto en nuestros adolescentes?

En las culturas individualistas competitivas, las personas disfrutan de mayor libertad personal, tienen más orgullo de sus logros, disfrutan de más privacidad y se sienten más libres de elegir sus propios estilos de vida.

Sin embargo, el costo personal es, entre otros, mayor vulnerabilidad ante los síntomas y enfermedades relacionadas con la tensión emocional. Esto claramente también repercute en los más pequeños, incluso de forma más intensa dado que no tienen desarrolladas todas las capacidades y recursos que poseen los adultos.

Toda demanda del ambiente que crea un estado de tensión o amenaza y que requiere de cambio o adaptación provoca trastornos de ansiedad en algunos individuos.

Por ejemplo, en los niños, estos efectos se ven claramente en el área escolar: la presión que sienten los alumnos por obtener un buen rendimiento escolar puede provocar en ellos una exacerbación de la ansiedad.

La evidencia empírica indica que los chicos que sienten que no están en control de los sucesos estresantes en sus vidas, son más propensos a experimentar trastornos de ansiedad que aquellos que creen tener control sobre esos sucesos.

Cada vez con mayor frecuencia, se observa en algunos estudiantes signos claros de alteraciones emocionales provocados por experiencias de la vida cotidiana. En las escuelas, la conducta disruptiva y la agresividad emergen de manera sorprendente, tanto por su complejidad como por su heterogeneidad.

Asimismo, los efectos colaterales de la ansiedad pueden verse también en otros ámbitos, como por ejemplo en casa.

Hay niños que empiezan a comportarse peor, contestan de forma inadecuada ,se encuentran alterados, más nerviosos y movidos de lo normal, no quieren obedecer o ponerse a hacer las tareas y los padres no son capaces de comprender bien que es lo que les está sucediendo a sus hijos.

Muchas veces los padres acuden a consulta comentando que ya no saben que hacer, que lo han intentado todo y no entienden que es lo que le pasa a su hijo, que, de repente, se ha vuelto desobediente y nervioso.

Este tipo de conducta puede también ser síntoma de que el niño esté sufriendo un alto nivel de estrés y ansiedad por sentirse sometido a una alta exigencia en su vida cotidiana, no siendo capaz de gestionarse por ausencia de los recursos adecuados.

Todo esto, cuando llega la adolescencia puede incluso manifestarse de forma más explosiva, ya que en este momento evolutivo los chicos se encuentran con dos nuevos estresores a los que deben aprender a hacer frente: los cambios físicos y las relaciones sociales. En la era actual, los cánones de belleza y éxito son extremadamente altos y esto es algo en lo que los adolescentes se ven inmersos de golpe al entrar en ese momento de su vida.

Asimismo, el slogan implícito actual de las sociedades de tipo occidental podría ser: "Haz lo que quieras pero sé el mejor". El adolescente pierde así la protección que le ofrecía la idea de: "Si no hago lo que quiero no es porque no pueda, sino porque está prohibido" que los límites impuestos por los padres llevaba implícita, en provecho de una exigencia extrema que puede convertirse en vampirizadora.

La población adolescente vive en un mundo en el que se necesita sobresalir por encima de los demás en todos los ámbitos, en el que las características por las que se valora a una persona están relacionadas con el resultado o meta y en el que la esfera emocional ha pasado a tener una importancia secundaria.

Todo esto, puede llevarles a sufrir un alto nivel de estrés que no sepan como gestionar y que acabe convirtiéndose en altos niveles de ansiedad que generen a la persona un gran malestar emocional. Apareciendo, por tanto, todas las manifestaciones que más adelante se mencionan.

Y ahora que somos conscientes, ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo detectamos si nuestros niños y adolescentes tienen ansiedad?

Es importante que observemos atentamente cómo se desenvuelven los niños ante las diferentes exigencias del entorno.

Algunos síntomas característicos de un nivel de ansiedad excesiva en estas etapas de la vida podrían verse manifestados en este tipo de reacciones:

  • Sus preocupaciones son excesivas en su magnitud (por ejemplo: reacciones de llanto y angustia desmedidas de un niño ante la separación de sus padres, timidez marcada).

  • La ansiedad persiste más allá de la etapa en la cual se consideran parte del desarrollo evolutivo normal.

  • Se ve afectado su rendimiento en alguna o varias facetas de su vida: personal, familiar, académica y/o social.

La forma en que se manifiesta la ansiedad puede variar según la edad:

  • Los niños más pequeños reaccionan con llanto, rabietas y no queriéndose separar de la madre.

  • Los niños más mayores pueden presentar problemas de conducta como oposicionismo o actitudes desafiantes, menor rendimiento escolar y reacciones corporales como taquicardia, falta de aire, sudor, dolores de cabeza o de tripa.

  • Los adolescentes suelen enmascarar su ansiedad bajo conductas de riesgo, distintas formas de violencia, consumo de sustancias, depresión y autoagresiones.

En todo caso, si tiene sospechas de que a su hijo le pueda estar pasando algo, no dude en acudir a un especialista para que pueda valorar la situación y orientarle.

Diana Tomaino de la Cruz.

Referencias:

  • Janin, B. (2008). Encrucijadas de los adolescentes de hoy. Cuestiones de infancia, 12, 17-31.

  • Jeammet, P. (2009). El yo frente a la libertad. Evolución social y adolescencia. Revista de psicopatología y salud mental del niño y del adolescente,13, 31-40.

  • Morris, C.H. (1997). Psicología. México D.F.: Prentice Hall.

  • Sandín, B. (1997). Ansiedad, miedos y fobias en niños y adolescentes.


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